Interrogatorio de un Templario: “¿Así que eres dedo de los marinos…?”

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–“¿Así que eres dedo de los marinos…?”

–“¿Qué yo soy dedo de los marinos?, la periodista respondió sarcásticamente a la pregunta, incluso dejó escapar una risa indiscreta porque ese señalamiento tan directo y tan falso le pareció una broma.

En ese momento el puño de aquel hombre se impactó contra su boca.

Después de recibir aquel puñetazo en su rostro, la periodista limpió con sus dedos el hilo de sangre que escurría por la comisura de sus labios.

–“Amárrenla”, ordenó el hombre al resto de los sicarios que contemplaban la escena, unos cinco o seis, todos armados con cuerno de chivo, con el dedo en el gatillo, listos para disparar.

De acuerdo al Código Templario, la conducta de sus iniciados debe ser intachable.

“No ser brutal, no emborracharse en forma ofensiva, no abusar de la inocencia de mujeres castas y menores de edad, utilizando el engaño o el poder para seducirlas”, se lee entre las páginas del pequeño manual.

Ese día sobró la brutalidad… A sus 23 años, la reportera ya tenía un arma apuntando a su frente.

El panorama no podía ser más contrastante… árboles de mango, pajarillos, incluso el sonido de un riachuelo.

Sin duda era el ambiente perfecto para un día de campo; el otoño en la sierra baja del municipio de La Unión, en el estado de Guerrero era demasiado verde, demasiado fresco, demasiado primaveral.

–“Mejor la matamos de una vez, ¿para qué perdemos el tiempo con esta pendeja?”, expresó el sicario de los Caballeros Templarios.

El sonido metálico del arma le enchinó la piel, pensó que era su fin, respiró profundo y esperó lo peor.

Pero aquel hombre no disparó; en cambio, se fajó nuevamente el arma y le dio otro golpe… estaba jugando con ella.

“Para hacer uso de la fuerza letal, se requiere autorización del Consejo, pues ningún elemento debe matar por gusto o por dinero, cuando se tome esta decisión debe investigarse bien previamente y si existen razones suficientes, entonces sí, proceder”, es una de las supuestas reglas que se leen en el Código Templario.

–“Mira estúpida… no me cuesta nada matarte, no serías la primera… ahorita acabo de matar a unas viejas, jovencitas como tú… ahí están, todavía no las vamos a tirar… ¿no te gustaría que te encontraran con ellas…?”

La reportera sólo pudo mover su cabeza de manera negativa.

En ese momento, otro hombre salió a escena… siempre estuvo ahí, pero en medio del terror ella no había prestado atención detalladamente al escenario que la rodeaba.

–“¿Cuál es tu nombre completo?”, le preguntó “el comandante”; era joven, quizá de unos 30 años, delgado, moreno claro, con barba negra y tupida.

Ella respondió, mientras otro hombre armado tomaba nota de sus respuestas en una libreta… su edad, su domicilio, su familia, la universidad de la que había egresado un par de años atrás, no se les pasó ningún detalle.

En ese momento otro hombre se acercó con una cámara y fotografió su rostro…

Entonces el segundo hombre continuó con el interrogatorio, ya no hubo golpes, ahora la presión fue psicológica.

–“Dinos lo que queremos escuchar, no trates de vernos la cara de pendejos porque no sabes hasta dónde estamos metidos, tenemos audios, tenemos fotografías, tenemos las pruebas que demuestran que eres oreja y dedo de los marinos”.

Era una acusación falsa, pero alguien la había señalado como tal y ahora tenía que dar el mejor argumento de su vida para convencerlos de que era inocente.

Ese día con sus palabras se estaba jugando la vida.

De acuerdo al manual templario, su código de conducta garantiza el apoyo a la libertad de expresión, de conciencia y de religión.

El supuesto apoyo templario a la libertad de expresión amenazaba con matar a una joven reportera.

–“Yo no soy dedo, hago mi chamba, eso es todo… me meto al Sector Naval, a la Policía Municipal y a muchos lugares porque soy reportera y ese es mi trabajo”, argumentó la periodista, ya cansada por los golpes pero con la vista firme.

Durante una hora defendió su inocencia entre amenazas, gritos, armas y acusaciones falsas.

Su mochila, su laptop y su celular fueron revisados cuidadosamente. No había nada que la inculpara.

Entonces, de la nada, uno de los sicarios sacó de algún lugar una copia de su currículo vitae, el mismo que ella había entregado semanas atrás en la Armada de México.

–“Dime, ¿por qué llevaste tus papeles con los marinos?, ¿acaso te les quieres unir porque tú y ellos son la misma mierda?, ¿les estás pasando información?”

¿Qué podía contestar ella ante esas interrogantes?, un par de semanas antes había llevado su currículum al Sector Naval para unirse.

Cuando lo hizo no pensaba en el crimen organizado, ni en las armas ni en la guerra contra el narco; cuando pensó en unirse a las fuerzas armadas fue por conseguir un mejor salario, prestaciones, seguro médico para su familia, la posibilidad de darle a su madre viuda una mejor calidad de vida.

Cuando ella llevó su documentación a la Armada de México estaba desempleada y ciertamente desesperada.

Poco después consiguió empleo en un periódico nuevo que extendía su plaza a Zihuatanejo y la idea de unirse a las fuerzas armadas desapareció de su mente.

Pero esa explicación tan simple no la aceptarían fácilmente los sicarios…

–“Jajajajajajaja”, se carcajeó su interrogador cuando le dijo que ella aspiraba a entrar en la Armada para ganar un buen salario.

-“Esos pendejos marinos ganan una mierda…”, se burló en su cara, -“pero eso nos vale verga, no me vengas con tu vocecita pendeja y tus pendejas respuestas que no nos interesan, lo único que haces es quitarnos el tiempo, mejor dinos ¿por qué estás señalando policías?, ¿a quién denunciaste? y no me digas que no es cierto… porque tengo audios…”

–“Soy reportera señor, hablo con mucha gente, pero todo se limita a cuestiones profesionales, jamás he pasado información, esa acusación que me hacen es mentira y se lo sostengo frente a quien se lo haya dicho”, le objetó.

El cuadernillo en el que se redacta el código de vigilancia obligatoria para todos los miembros de la orden de los Caballeros Templarios de Michoacán se indica que el grupo armado ha entablado una batalla ideológica que los reta para la defensa de valores que sostiene una sociedad basada en la ética y construida a través de los siglos.

Aseguran que su labor es luchar contra el materialismo, la injusticia y la tiranía en el mundo, así como el desmoronamiento de los valores morales y los elementos destructivos que prevalecen hoy en la sociedad.

De acuerdo a este código de ética, la suya es una batalla ideológica con la cual se proponen el fomentar el patriotismo expresado en el orgullo hacia la propia tierra.

En la portada del Código de Honor de Los Templarios se lee la siguiente frase:

“Esta lucha es por tu gente, por mi gente, por nosotros mismos y por nuestras futuras generaciones”.

A ella, la reportera golpeada, la joven acusada falsamente, amedrentada a punta de pistola no le parecía que la guerra de los Caballeros Templarios fuera una lucha por defender la dignidad de los inocentes.

Para ella era una guerra absurda, injusta y cruel, nada parecida a aquellas órdenes militares y cristianas que protegían las vidas de los peregrinos que viajaban a Jerusalén.

–“¿No has notado que ha bajado la delincuencia en este lugar?”, le preguntó el joven de barba, “ya no hay violencia… ya no hay robo de vehículos, ya no hay asaltos, todos andan derechitos… apenas maté a tres de mis mejores hombres porque se robaron un carro, se sintieron con poder y empezaron a pendejear, así que los maté”, le dijo con orgullo y acarició la cacha de la pistola que tenía fajada en el pantalón.

Ella le siguió la corriente y contestó de manera afirmativa a todas las presunciones de “el comandante”… quizá de esa manera la dejarían en libertad, viva.

En ese momento el hombre robusto que la había golpeado e interrogado al principio tomó la palabra: “Nosotros estamos metidos en todos lados, no tienes idea, estamos hasta en la Presidencia de la República, estamos en el Ejército, en la Armada de México”.

–“Comandante, ¿puedo mostrarle?”, se dirigió con respeto al hombre de barba, quien asintió con la cabeza.

Entonces tomó una hoja de papel que estaba partida por la mitad y las unió, era la transcripción de una denuncia anónima que una mujer había hecho vía telefónica en la Armada de México.

El documento tenía membretes y marca de agua de la Armada, parecía real.

El sicario comenzó a leer en voz alta, la mujer acusaba a variosfuncionarios del ayuntamiento de Zihuatanejo de participar con el crimen organizado, específicamente con los Caballeros Templarios.

En la denuncia hacía mención de cuál era el trabajo de cada funcionario con la maña y a cuanto ascendía el monto que cobraban mensualmente por dejarlos “trabajar”.

–“No te metas con ellos, limítate a hacer tu chamba y ya”, le recomendó el sicario.

Posteriormente le explicó que el Sector Naval recibe las denuncias anónimas y las envía a la base en México, donde los Templarios tienen un infiltrado que les comparte la información de manera inmediata.

-“Mira, nosotros estamos en todos lados, ándate derechita, ve a la Armada, ve a la Policía, entrevista a quien tú quieras pero no te metas con nuestra gente, ya sabes quienes son, si tú haces algo o dices algo nos vamos a dar cuenta porque a partir de hoy escucharemos todas tus conversaciones telefónicas y sabremos a dónde vas, con quién y qué es lo que haces… de ti depende si llegas a los 24 años, de ti depende vivir, no de nosotros”, sentenció ‘el comandante’.

Esas palabras significaron su liberación.

–“Vete de aquí, espera a tus compañeros en el carro, pero vete derechita y no voltees ‘chamaquilla’ porque si volteas te va a cargar la verga”, le ordenó.

Ella le dio las gracias por no matarla, guardó su laptop, su celular y todas sus pertenencias en su mochila y emprendió la retirada hacia el Tsuru viejo en el que había llegado junto con el director del periódico, el repartidor y el chofer. Diez minutos después, ellos la alcanzaron, abordaron el vehículo y regresaron a Zihuatanejo en completo silencio.

Ya no había retenes con civiles armados, ni vehículos de lujo… aunque el estrés y la sensación a muerte aún impregnaban el ambiente.

Nunca más se habló del tema.

–“En México, pero sobre todo en Guerrero hay que callar para sobrevivir… sobre todo si eres periodista”, reveló un mes después, cuando accedió a contar su historia.

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