En La Cabeza de Juan José Esparragoza, “El Azul”. Parte 2

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El Azul entró al Reclusorio Sur del Distrito Federal a las cinco de la tarde con 15 minutos del 11 de marzo de 1986. Dio como domicilio una residencia en la calle Fuego 908, en el Pedregal de San Ángel del Distrito Federal. 

El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a través de su listado de personas y entidades restringidas para operaciones financieras, identifica además cinco domicilios suyos en Tijuana. 

El capo se dijo agricultor y ganadero. La Procuraduría General de la República decía que no lo era. Que cultivaba, cosechaba, segaba, empaquetaba, transportaba, vendía y exportaba mariguana. Que era un señor de la cocaína, negocio cada vez más boyante. 

El juez lo condenó a siete años y dos meses de prisión. Caminaba con dificultad, afectado por un tiro que le entró en el muslo derecho. 

Tras los primeros exámenes de personalidad, el psicólogo Jaime Rodríguez descubrió, el 15 de abril de 1986, a un hombre con inteligencia promedio y dotación cultural pobre. 

Apenas seis años atrás, el cáncer se había llevado a sus padres, Rosario e Ignacio. Nació el 3 de febrero de 1949, aunque el gobierno estadunidense considera como fecha alterna de nacimiento el 2 de marzo de ese mismo año. Es nativo de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, en donde la tierra se hizo sierra de amapola desde hace más de 70 años. 

Fue el séptimo de siete hermanos –cuatro mujeres y tres hombres–. Pudo ser el octavo, pero la hermana a la que habría seguido murió al nacer. Creció, según la evaluación, en un sitio donde el objetivo era específico: “la acumulación material de capital”. 

Para el psicólogo, la madre de El Azul representó para éste una figura rígida, demandante y proveedora. Su padre, por el contrario, fue sobreprotector y positivo. La profunda identificación con él determinó en gran medida su destino. Fue su padre quien le llenó por primera vez la mano derecha con una pistola –“el objeto, compensatorio de seguridad y de satisfacción viril”, escribió el analista– cuando el muchacho apenas tenía 12 años de edad. 

A El Azul simplemente no le gustaba la escuela y desertó en el segundo año de secundaria. Temió y huyó de casa. Pero Ignacio lo recibió de vuelta sin mayor trámite. Le enseñó el manejo y control de sus negocios. Lo instó a seguir su ejemplo de hombre de empresa. 

Con el tiempo, la relación se tradujo en alianza, la primera omertá de El Azul. El padre consintió más de lo debido las travesuras de su hijo y éste guardó discreción respecto al comportamiento del primero. 

Habló El Azul en el mínimo consultorio de la cárcel: “Llegué a sorprender a mi padre en compañía de algunas mujeres. En cierta ocasión, al abrir la puerta de la bodega del establo, lo vi sosteniendo relaciones con una mujer… Inmediatamente cerré la puerta y todo se olvidó”.

A los 16 años de edad, con la ayuda de su padre, estableció un negocio de abarrotes e inició su vida independiente de comerciante. Luego se dedicó a la compra y venta de ganado y aves domésticas, “actividades tempranas que mostrarían su gran motivación de logro y desempeño laborioso. No obstante, esta gran motivación de logro e interés por la empresa, más tarde se convertirían en ambición desmedida”. 

Y se hizo narcotraficante a los 22 años de edad. Su padre le daría algo más: una fortuna de 50 millones de pesos al morir, en 1981. 

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El Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota (MMPI por sus siglas en inglés) es uno de los tests psicológicos más utilizados en mundo. Se aplica desde hace décadas en cárceles del Distrito Federal. 

El estudio considera tres escalas de validez y 10 clínicas. Se resuelve mediante un cuestionario con 566 enunciados, a los que la persona califica como ciertos o falsos. Las respuestas son convertidas en una serie de números y éstos, de manera individual y combinada, transferidos a grupos de personalidad con lo que se define el perfil básico de una personalidad. El 4 de marzo de 1986, Juan José Esparragoza resolvió el MMPI. 

En más de 20 años de experiencia en penitenciarías locales, federales y capitalinas, Alfredo Ornelas ha aplicado miles de pruebas de personalidad a criminales de todo tipo y dirigido cursos para su realización. Lo ha hecho en penales federales y estatales. Conoce los laberintos de la mente de narcotraficantes, secuestradores, defraudadores, lavadores de dinero, asesinos y simples ladrones de ocasión. 

Es experto de la Academia Internacional de Ciencias Forenses y coordinador de estudios penitenciarios del Centro de Estudios para la Seguridad y la Justicia. 

Con la hoja de resultados de El Azul en mano, Ornelas levanta el telón y muestra la mente del narcotraficante. 

Las tres escalas de validez identificadas con letras. En el caso de Esparragoza, resaltó la denominada L, en la que obtuvo una puntuación comprendida en un rango propio de neuróticos y psicóticos. En el resto del examen, mostró tendencias en ambos sentidos. 

Luego, la escala 1 define la hipocondría y el test resuelto por el sinaloense lo pinta siempre angustiado por su salud, sin restricción del sistema orgánico que supone enfermo. Alcanzó tal nivel en sus respuestas que podría ser un hombre con delirio somático, “sin duda relacionado con un episodio esquizofrénico”. 

En la medición 2, relacionada con la depresión, también disparó hacia arriba de lo considerado como normal. Quienes ahí se ubican, enfrentan niveles clínicos “significativos por su importancia” y viven siempre preocupados por minuciosidades. 

Son personas ansiosas, preocupadas, con autoestima baja y pesimistas en su manera de percibir el mundo, al menos en el momento de resolver el cuestionario. Casi siempre tienen baja tolerancia a la frustración. 

Algunos ejemplos de las respuestas de El Azul: 

32. Encuentro difícil concentrarme en una tarea o trabajo: Cierto. 

43. Mi sueño es irregular e intranquilo: Cierto. 

En el escalafón 3, histeria, mostró resultados sin significados consistentes. Pero llaman la atención algunas respuestas: 

129. A menudo no puedo comprender por qué he estado tan irritable y malhumorado: Falso, pero también marcó, y luego borró, la opción Cierto. 

141. Es más seguro no confiar en nadie: Cierto. 

238. Tengo periodos de tanta intranquilidad que no puedo permanecer sentado en una silla por mucho tiempo: Cierto. 

En la medición 4, desviación psicopática, también se le consideró dentro de los límites: independiente e inconforme, pero sin ser impulsivo ni dueño de sentimientos “inapropiados”. Enérgico, activo y –la evidencia saca de dudas– con dificultades para aceptar las normas. 

61. No he vivido la vida con rectitud: Cierto. 

102. Mis luchas más difíciles son conmigo mismo: Cierto. 

201. Desearía no ser tan tímido: Cierto. 

249. Nunca he tenido tropiezos con la ley: Cierto (sic). 

Esparragoza salió atípicamente alto en la graduación 8: esquizofrenia. Lo mismo ocurrió con la penúltima escala, la 9: manía en una dimensión que se le puede considerar temeroso del fracaso y el aburrimiento; hiperactivo, exagerado, competitivo, entusiasta y manipulador. 

En su condición, las personas viven tensas, ansiosas, impulsivas, desinhibidas. Son lábiles, eufóricos, agresivos e irritables. También pueden ser amistosas, agradables, inquietas, versátiles e impacientes. 

Esto explica el éxito y carisma reconocido por policías, narcos y carceleros. Se les considera proclives a las adicciones. 

Y sí: Esparragoza estaba considerado en prisión como un consumidor habitual de alcohol, mariguana y cocaína. 

“Existe egocentrismo. No aprecian la ineptitud de la conducta y guardan desprecio por las demás personas y desprecio por las normas sociales y esto los lleva a problemas con las autoridades”. 

En resumen, sintetiza Ornelas: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis. Es un esquizoide”.

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Es palabra escrita del psicólogo Jaime Rodríguez: “El sujeto se desarrolla en el seno de una familia en la cual no se establecieron con claridad los objetivos de autoridad y las reglas que se dictaban nunca o casi nunca se basaron en el afecto mutuo, ternura y confianza. 

“No percibe ni juzga sus motivos y es incapaz de juzgar su propia conducta desde el punto de vista de otra persona. A pesar de que esa conducta es inadecuada u hostil desde un punto de vista social, está satisfecho con ella. Muestra pocos sentimientos de angustia, culpa o remordimiento. Carece de un objetivo definido y su habitual estado de inquietud quizás se deba a que busca lo inalcanzable. 

“La rutina le parece intolerablemente tediosa, aduciendo que a él nunca le gustó seguir una vida rutinaria en sus actividades cotidianas, rechazando así el acatamiento de criterios funcionales establecidos por la sociedad. Ejemplifica: ‘Siempre luché por obtener lo que poseo sin tener que rendir cuentas a nadie. Nunca me gustó la idea de cubrir un horario rígido de trabajo (impuesto, por supuesto)’. 

“Exige la satisfacción inmediata e instantánea de sus deseos, sin que le importen los sentimientos ni los intereses de otras personas con quienes establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables. No desarrolla un sentido de los valores sociales. “Persona poco sensible que se da a los placeres inmediatos, parece carecer de un sentido de responsabilidad y a pesar de los castigos y restricciones coercitivas que la sociedad emplea para frenar delitos repetidos, no aprende a modificar su conducta. “Se observa en él carencia de juicio social. 

No obstante, a menudo es capaz de elaborar racionalizaciones verbales que suelen convencerlo de que sus acciones son razonables y justificadas: ‘Yo no hago mal a nadie. Al contrario. He traído divisas al país y he creado fuentes de trabajo’. 

“Los únicos ideales que posee y que destacan como objetivos definidos en su vida son aumentar la importancia de sí mismo como individuo, lograr dinero y bienestar materiales y controlar a otras personas para lograr satisfacciones inmediatas. Su egocentrismo lo lleva a exigir demasiado. 

“El perfeccionismo, el orden, la responsabilidad, preocupación por los problemas más insignificantes es lo que esencialmente lo caracterizan”.

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El 9 de julio de 1990, El Azul fue trasladado del Reclusorio Sur a la Penitenciaría del Distrito Federal. 

¿Cómo era La Peni en los tiempos en que El Azul estuvo preso? ¿Cómo fueron los seis años de encierro de un capo vigente en la vida del país durante más de cuatro décadas? 

El Azul vivía en el dormitorio 1, zona uno, conocida en aquel tiempo como “Beverly Hills”, la zona de exclusividad.  Habitaba solo en una celda cubierta completamente de caoba, como todas en ese espacio. 

Había televisiones, videocaseteras, hornos de microondas y, poco a poco, los primeros teléfonos celulares. Tenían inodoros con depósitos de agua, lo que aún hoy no existe en la Penitenciaría. Buenos colchones y cobijas. En las limitaciones, vivían bien. 

Lo primero que daba cuenta de ese poder era el agua. Los reos importantes tenían depósitos de líquido en cada celda, a diferencia del resto de miles de internos a quienes el polvo del oriente de la ciudad de México aún se les pega al sudor cada estiaje. 

“Se comían mariscos. Hasta langosta. Había tanta relación con las autoridades que no se podía distinguir quién daba la instrucción en esos tiempos: si eran los internos o las autoridades”. 

No existían limitaciones para recibir a sus visitas ni para el ingreso constante de prostitutas. 

El Azul quería una cárcel hermosa. Por eso, de acuerdo con los testimonios dados a por custodios de esas épocas, que piden el anonimato, promovió la construcción de esa zona, en donde hoy existe el dormitorio 10, reservado para ancianos, discapacitados, enfermos de sida y los condenados a muerte por los mismos reos. 

También mandó a construir los frontones. Le gustaba jugar a mano limpia y con raqueta. Tenía la comisión laboral de ser el coordinador de tenis, pero eso nunca se practicó ahí. Era frontenis. Se hacía el juego entre custodios, internos y visitantes. Esparragoza sacaba un rollo de billetes verdes del pantalón y si estaba de buen humor sacaba los de 100 dólares como si fueran de juguete. 

Los custodios, a quienes tomó como su grupo de escoltas personales adentro, todavía añoran los tiempos de El Azul Esparragoza. Hizo levantar una fuente que está fuera de la prisión, en el área de estacionamiento de funcionarios. “Quería que la cárcel se viera bonita. También ordenó hacer una casita de madera para niños. 

Compró columpios, sube y bajas y demás juegos. Esa área sigue ahí, aunque ya no es usada por los niños. “Con frecuencia estaba en la dirección, entonces a cargo de Margarito Luis Pérez Ríos. Había internos que se quedaban a dormir en la dirección. Se iban a jugar dominó o póker con el funcionario encargado, quien se iba a dormir, ebrio o cansado, y los reos pasaban la noche en los dormitorios para las autoridades. A la mañana siguiente, pedían de comer en la misma dirección y seguían la juerga. 

“Las Navidades eran fiestas extraordinarias. Había lo que se le pueda ocurrir. Hasta restaurantes de los internos operaban. Muchos de los internos adinerados podían salir de la prisión, no nada más El Azul. El compromiso era que volvieran por su propio pie”. 

Las cosas no eran muy diferentes para sus socios presos en el Reclusorio Norte, Caro Quintero y Don Neto Fonseca, dueños del dormitorio 10. Había cava, jacuzzi, salón de juegos, mesas de billar. 

Vale la pena decir qué clase de empleados tuvieron en prisión los jefes del hoy extinto Cártel de Guadalajara en su estancia en las prisiones del Distrito Federal. Por ejemplo, Chávez Traconi fue el administrador de Caro Quintero. El Traconi fue considerado como uno de los defraudadores más importantes a nivel internacional. 

Excepcionalmente inteligente, dice ser abogado. Nadie lo sabe con certeza, pero nadie duda de su erudición. Encarcelado, ha librado al menos 60 procesos, algunos iniciados en Morelos, en contra suya. Él mismo ejerció su defensa. 

“Administraba el alcohol que se consumía y preparaba las listas de las vedettes que entraban a las fiestas que se hacían ahí mismo. Eran verdaderos autogobiernos”, recuerda otro ex guardia. 

“En las cárceles, el sistema de comunicación entre internos en diferentes prisiones siempre ha sido expedito. Cuando no existían teléfonos celulares, el contacto se hacía a través de los teléfonos institucionales, hasta del mismo director. Claro que El Azul mantenía comunicación con Caro Quintero. Es sabido que en alguna ocasión salió a una cumbre en representación de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”. 

El Reclusorio Norte estaba formalmente a cargo de Jesús Miyazawa, otro descendiente de la guerra sucia mexicana, y de Alberto Pliego Fuentes, El Superpolicía, quien murió en prisión bajo el mote del Supersecuestrador. 

Tiempo después, ambos fueron figuras claves para entender la llegada del narcotráfico a Morelos en la época en que Jorge Carrillo Olea, ex director de la DFS, gobernó el estado y ahí se asentó el nuevo Cártel de Juárez.

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