CINCO policías que vendieron su alma (y la del Estado) al crimen organizado, parte 2
Que le dijeran Sérpico le infundía placer.
Explicaba su parecido con Al Pacino en el filme dirigido en 1973 por Sidney Lumet: tirando a estatura baja, bien parecido, el cabello largo, la barba crecida. Un policía irreverente e indomable con look de hippie en Nueva York, ciudad devorada por la corrupción hasta que él, Frank Sérpico, guerrero solitario, pone alto a la podredumbre.
Curiosa identificación para un agente de la policía secreta mexicana a quien tocó disparar al periodista Manuel Buendía cuando éste obtuvo una relación de altos funcionarios del gobierno trabajando en complicidad con los grandes narcotraficantes.
Juan Rafael Moro Ávila nació en Puebla el 18 de febrero de 1953. Es descendiente de Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de México entre 1940 y 1946 y la figura de mayor jerarquía política en México simpatizante del nazismo.
Moro Ávila creció en la colonia Del Valle del Distrito Federal con una hermana, un medio hermano y sin relación alguna con su padre, un comerciante de quien su madre se divorció cuando Juan Rafael tenía dos años de edad y por la cual, la familia salió de su estado natal.
Su madre se volvió a casar cuando él tenía nueve años y en la entrevista realizada en la prisión, refiere que el trato con su padrastro era bueno, igual que el ambiente familiar.
A pesar de la armonía, Moro Ávila decidió independizarse a los 15 años. Salió de casa a “correr mundo”, solía decir, aunque mantuvo un fuerte lazo con su familia, especialmente con su madre.
Aunque omitió dar los detalles económicos de su familia cuando estaba detenido, aseguraba venir de una familia con “excelente” solvencia económica, lo que hizo que su madre dispusiera de la mayor parte de los medios económicos para la defensa legal durante los días del asesinato de Manuel Buendía y la supervivencia durante los años en prisión.
Juan Rafael disfrutaba hablar de sí mismo y resulta imposible encontrar una referencia negativa de su persona, así que de sí mismo se refería como un alumno de excelencia que terminó su carrera de piloto aviador en “las mejores escuelas”.
Relataba una infancia con ocasionales trabajos de peón pagados en el rancho de los abuelos en Puebla y poco después de ayudante de mecánico.
En el aura de peligro en que gustaba representarse se decía corredor profesional de motocicletas desde los 16 años de edad. A la carrera de piloto aviador, se sumó su incorporación como agente federal a los 25 años, trabajo que dejó perseguido por las sospechas de su participación en el asesinato de Buendía, aunque él explicaba su baja para seguir un carrera como doble cinematográfico y actor. En la cárcel dedicaba horas a relatar el desfile de los famosos por los Estudios América, Churubusco y Televisa y a detallar sus campeonatos obtenidos en karate y judo.
Sérpico se casó por primera vez a los 24 años de edad con una mujer de quien se divorció 11 meses después del enlace. Contrajo nupcias nuevamente a los 29 años de edad con una azafata del Distrito Federal con quien tuvo dos hijas. El matrimonio se diluyó nuevamente y el ex policía inicio una tercera relación de unión libre con una mujer 20 años menor que él, quien los visitaba constantemente en el reclusorio en visitas íntimas.
Vivía en un departamento propio en la Colonia del Valle, con una vida acomodada que le permitían sus ingresos de 6 millones 500 mil pesos al mes, tenía excelente relación con su mujer y sus hijas, a quiénes les pasaba pensión alimenticia.
Hacia los 16 años de edad, Rafael Moro fumó marihuana por primera vez y comenzó a tomar experiencia sexual con prostitutas. Negaba ser consumidor de bebidas alcohólicas, pero en el expediente en que se le relaciona con el asesinato del periodista son recurrentes las versiones de sus novias de cómo se convertía en un toro con las banderillas en el lomo luego de pasar una tarde y su noche aspirando cocaína.
Una de ellas fue la Princesa Yamal, una vedete uruguaya que incursionó con poco éxito en el cine de ficheras de la época.
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La versión admitida por el juez de causa –esta investigación periodística no halló documentos de ningún tipo que sostengan alguna de las otras hipótesis– apunta a que José Antonio Zorrilla Pérez vendía protección al Cártel de Guadalajara, específicamente a Rafael Caro Quintero a quien le entregó credenciales de la Dirección Federal de Seguridad, lo que constituía una autorización para hacer lo que fuera.
Un amigo convertido en lo contrario de Zorrilla, José Luis Esqueda, descubrió la complicidad y entregó documentos que probaban estos nexos al periodista Manuel Buendía, quien murió antes de publicarlos, el 30 de mayo de 1984. Meses después Esqueda también sería asesinado.
Según Juventino Prado El Diablo, en ese momento jefe de la Brigada Especial, el jefe de la policía política le llamó a su despacho el mismo 30 de mayo de 1984 para decirle “es necesario ponerle en su madre a Buendía” y que requería alguien de absoluta confianza.
Prado propuso a Buendía por su habilidad con la motocicleta y Zorrilla pidió que le presentaran al agente, reputado además por sus roces con la farándula. Moro se sorprendió, pero aceptó el encargo. Cumplió la orden hacia las seis de la tarde, cuando el periodista salía de su oficina, en Insurgentes casi esquina con Reforma.
Moro Ávila aseguró que él no disparó, que en todo caso él habría recogido a un compañero suyo designado para jalar el gatillero, un agente federal apodado El Chocorrol, quien no hizo mayores aclaraciones pues fue asesinado. Y también lo mataron Zorrilla Pérez y Juventino Prado para cortar de tajo ese cabo suelto.
Moro Ávila fue condenado. Se supo entonces que Sérpico tenía otro apodo, bastante menos glamuroso: Canito.
Sérpico o Canito pasó los siguientes 28 años de su vida en la cárcel.
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Moro Ávila realizó varias ocasiones las pruebas psicológicas mientras estuvo recluido. En enero de 1998, casi 13 años después del asesinato de Buendía, la batería de estudios arrojó las siguientes conclusiones:
“Juan Rafael es una persona egocéntrica, perseverante con sentimientos de auto importancia y de dominio formados por una fantasía ilimitada de logros. Busca constantemente la admiración de los demás debido a su tendencia exhibicionista utilizando la manipulación para llamar la atención. Cuenta con capacidad para reconocer el pensar de los demás y de esta manera utiliza sus aptitudes para lograr ser líder de grupos y posiblemente manejo de masas.
“Es explotador y pretencioso, con falta de empatía debido a que se centra en sí mismo, encubriendo su dependencia. Es racionalista, idealista, siendo su capacidad de organización y planeación lógica. Aprovecha los recursos y aptitudes buscando el perfeccionismo. Se muestra obsesivo, perseverante, dinámico, práctico. Trata de verse a sí mismo y de parecer ante los demás como una persona virtuosa cubriendo sus faltas socialmente inaceptables.
“Trata de manipular su imagen mediante la sobre afirmación y se muestra confiado en sí mismo utilizando la racionalización como medio de defensa (…) Aprovecha los recursos y sus aptitudes para adaptarse al medio; no obstante suele ser manipulador, obsesivo y con capacidad de liderazgo.
“Debido a que es una persona que encubre sus emociones, manipuladora, con facilidad de palabra, inventivo con facilidad para el liderazgo y posible manejo de masas encubriendo sus verdaderos intereses. Padece trastorno de la personalidad narcisista”.
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En prisión, Sérpico formó una banda de rock llamado Delincuencia Organizada. Estuvo preso en el Reclusorio Norte, la misma cárcel a la que llegaran en 1985 Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero, los hombres que ese año compraron las almas necesarias para que Sérpico –la fantasía incorruptible de un policía corrupto– asesinara un periodista que, según los expedientes, estaba a nada de publicar cómo la mafia y la policía secreta mexicana eran más o menos la misma cosa.
Sérpico estuvo en el módulo de máxima seguridad desde su ingreso al Reclusorio Norte y no tenía limitantes para desplazarse en su interior, pues incluso el auditorio de la cárcel servía para los ensayos del grupo.
Durante su estancia en el reclusorio, nunca recibió ninguna sanción, pero los psicólogos reportaron que su encierro le causaba depresión. No llevaba a cabo ninguna actividad debido a las medidas de seguridad de la misma prisión.
Sus fantasías en el ambiente actoral y en el mundo de las pasarelas se vieron claramente reflejadas en las pruebas psicológicas aplicadas:
“Este es un chico que siempre soñó con ser un músico famoso y piloto y todo lo logró porque a sus 4 años de esas empezó a aprender a tocar el piano, pues la guitarra y a los 14 ya tenían un grupo de rock, tocaban bien pero no eran famosos como él soñaba. Después se volvió famoso pero no como músico sino como motociclista…
“Él quería ser militar, pero encontró su destino en la policía judicial federal combatiendo la droga y la guerrilla. Pero años después decidió renunciar y dedicarse a la música. Logró hacer 30 películas de cine, telenovelas, comerciales y teatro.
“Ahí conoció a la mujer de su vida, una modelo que le cayó del cielo… todo iba bien hasta que llegó un día la policía por él acusado de un crimen que él no cometió… pasó muchos años en prisión injustamente por un asunto político”, escribió atrás del dibujo de un hombre al que tenía que invitarle una historia.
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Sérpico relataba lleno de orgullo el día en que el militar, siendo Gobernador de Puebla, se acercó a un grupo de trabajadores de Luz y Fuerza del Centro inconformes en protesta por sus condiciones de trabajo.
–¿Quién es el líder aquí?– preguntó Maximino Ávila Camacho.
–Yo soy, señor–dio un paso al frente un hombre con vestido con el uniforme aqui.
Maximino se llevó la mano a la cintura, sacó la pistola de la fornitura, encañonó al trabajador en el pecho y terminó el conflicto laboral con el movimiento de un solo dedo.
A Maximino se le debe la constitución de un poderoso grupo político que tuvo entre sus más reputados miembros a Gustavo Díaz Ordaz, también poblano, también represor, también un furioso anticomunista, pero no filo nazista, como Maximino sí lo fue así como incendiario de pueblos y permisionario de que su tropa perpetrara violaciones tumultuarias durante la Guerra Cristera (1926-1929).
Algo tiene la palabra Sérpico o tal vez el personaje que tanto gusta para cubrirse con ella a policías avenidos en asesinos y torturadores. En Argentina, durante la dictadura de 1976 a 1983, Ricardo Miguel Cavallo usó ese nombre para torturar, violar y asesinar a la oposición socialista en el país sudamericano. A diferencia del Sérpico mexicano, el argentino logró mantenerse libre durante un par de décadas hasta que reapareció en México como beneficiario del gobierno panista de Vicente Fox.
Juventino
El Diablo es michoacano. Fue el mayor de 10 hermanos y le tocó sacar adelante a la familia cuando a su padre se lo arrebató un infarto. Juventino tenía 10 años y a los 16 ya era pintor. Se empleó como obrero, auxiliar de intendencia, checador de tiempo en una fábrica, mensajero y, sin que al menos lógica pueda explicarlo, policía federal de seguridad.
No existe rastro alguno de su preparación como policía.
Se convirtió en comandante al poco tiempo y, aún más lejos del sentido común, se le designó jefe de la Brigada Especial, un cargo que solía recaer en la responsabilidad de los militares. Juventino apenas había concluido la secundaria y, a sus 33 años de edad, era responsable del órgano más sensible de la inteligencia mexicana, el reducto en que el Estado se consideraba en capacidad de decidir si admitía que las personas vivieran o no de acuerdo a sus filiaciones políticas.
Así es el hombre que manejó esos controles:
“Juventino es Prado es una persona que se caracteriza por mostrar una imagen adecuada de sí, buscando el reconocimiento y la admiración para compensar la baja autoestima que posee a nivel inconsciente, siendo susceptible a la crítica y al rechazo debido a la inseguridad que posee.
“Se limita a asumir convencional y parcialmente parámetros establecidos sin modificar sus esquemas cognitivo-conductuales ya que tiende a asumir roles que le permiten el manejo de poder y el uso de la ventaja que tiene con los demás, subyaciendo su baja tolerancia a la frustración y el control de impulsos que tiende a bajar, al igual que requiere controles y límites externos para mantenerse funcional.
“Es un hombre con ideales, deseos y necesidades que desea cubrir de manera inmediata y con un mínimo de esfuerzo. Socialmente es inconstante, superficial evasivo, siendo sus lazos afectivos limitados y pobres.
“Debido a su búsqueda de sensaciones y de reconocimiento social, tiende a relacionarse con grupos criminógenos debido a su baja autoestima (…) Por lo común no conoce a sus víctimas ni planea el delito sino se limita a cumplir órdenes; es un sujeto de dirección y subordinación. Coeficiente intelectual por debajo de la media”.
El Charro del Misterio
Alfredo, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, nació en Arenal de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre de 1950. Un año después, Sabino murió y María arrastró a su hijo único y su miseria absoluta a la ciudad de México. La mujer se hizo costurera y el niño creció hasta medir un metro 90 centímetros. La nariz, la boca y los cabellos se le engrosaron al grado que sólo le cupo un apodo: El Feyo.
En 1969, bajo las insignias de sargento segundo de la Brigada de Fusileros Paracaidistas –los duros muchachos anticomunistas– del Ejército mexicano, Alfredo Ríos Galeana recomendó a su sobrino Evaristo Galeana Godoy El Tito para que ingresara como policía militar. En 1972 El Tito entró en el Segundo Batallón de Radiopatrullas del Estado de México (Barapem), creado por el entonces gobernador Carlos Hank González, al tiempo que el sargento Ríos Galeana utilizaba sus blasones para robar automóviles.
Hank González, patriarca del Grupo Atlacomulco, del que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto, abrió la puerta de Ríos Galeana.
La banda era pequeña, la integraban otros dos o tres militares de bajo rango que se reunían a beber en las cantinas de El Molinito, colonia popular de Naucalpan invadida por prostitutas, travestis y vendedores de droga visitados por la soldadesca del Campo Militar Número Uno.
En las cervecerías de El Molinito, Ríos Galeana, el Tito y los suyos planearon el robo de 15 autos en las colonias Polanco, Lomas de Chapultepec y Las Águilas. Los revendían en el estado de Guerrero. En octubre de 1974, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito Federal y consignado por robo, asociación delictuosa y portación de arma de fuego. Fue preso en la vieja cárcel de Lecumberri y luego trasladado al Reclusorio Oriente. Fue liberado el 4 de diciembre de 1976.
Como si los antecedentes penales se hubieran esfumado de su historial o gracias a un supuesto pacto con el Servicio Secreto del Distrito Federal, Ríos Galena se hizo comandante de la policía de Santa Ana Jilotzingo y le ofreció al Tito el puesto de subcomandante. El Feyo se convirtió en 1978 en patrullero del Segundo Barapem en el Estado de México, al que luego comandó. Así vigilaba los bancos mexiquenses sin causar sospecha, diseñaba sus robos y dirigía a ladrones y policías (Ríos Galeana se convirtió en la síntesis más acabada de ambos). Amaba los autos. Volaba en un Valiant Super Bee. Para entonces se le contaban al menos 21 atracos principalmente en los estados de Hidalgo, Puebla y México.
Julio Cervantes Sánchez, otro de sus socios, entró en 1974 al Segundo Batallón de la Policía Militar con base en el Campo Militar Número Uno y luego fue enviado a la Sección de Policía Militar del Heroico Colegio Militar. Allí permaneció hasta 1983, cuando fue detenido en Cortazar, Guanajuato. Participó con Ríos Galeana, entonces parapetado en el nombre de Luis Fernando Berber, en 32 asaltos a bancos, tiendas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), supermercados, casas particulares, tiendas de ropa y oficinas de gobierno.
El 26 de agosto de 1979, la DFS –la policía política del régimen priista extinguida en 1985– tuvo conocimiento “confidencial” de que Ríos Galeana estaba escondido en Jilotzingo, Estado de México, en la casa del ex presidente municipal Víctor Aceves Rojas. Éste, como alcalde en funciones, ordenó a Ríos Galeana asesinar a dos hombres. Y el 26 de agosto de 1979 dio avisó a la DFS de que Ríos Galeana estaría en un palenque de feria. No como espectador. Ríos Galeana, ex paracaidista militar, ex policía, ladrón, líder, bígamo y asesino, también era cantante. Se hizo llamar el Charro del Misterio, y de sí mismo dijo tener “la voz que canta al corazón”. El hombrón, con la papada replegada, hacía pucheros y entristecía los ojos para cantar, como es debido, las canciones de Javier Solís.
En un cofre de vulgar hipocresía
ante la gente
oculto mi derrota
payaso con careta de alegría,
pero tengo por dentro el alma rota.
[…]
Payaso,
soy un triste payaso
que oculto mi fracaso
con risas y alegría
que me llenan de espanto.
Hombre costeño, Ríos Galeana hablaba con acento del norte y al cantar domaba ese potro que normalmente lo hacía tartamudear. Cantaba en ferias pueblerinas y en cantinas de la ciudad. Una fue La Taberna del Greco, en avenida Juárez frente al Hotel del Prado. Sus amores también fueron del ambiente, entre ellas una mujer que trabajaba en el restaurante Los Tres Caballos, cerca de la esquina de Tlalpan y Taxqueña. Algunos vasos grabados con el nombre de ese lugar se encontraron junto con varias botellas de coñac, la bebida favorita del Feyo, en la primera casa que le ubicó la policía en la colonia San Pedro de los Pinos. Era galante y caballeresco. En el robo de un banco en Ixtapaluca había una mujer embarazada en la fila, congelada por el susto. Cuando Ríos Galeana tuvo el dinero de la bóveda, tomó un fajo y se lo dio a la mujer. Advirtió al cajero: “¡Si se lo quitas, vengo y te parto tu madre!”.
En 1981, en un gesto de humor absolutamente involuntario, Arturo El Negro Durazo Moreno designó a Ríos Galeana, especie de John Dillinger a la mexicana, como el “enemigo público número uno” del país. Ordenó su persecución a la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) bajo el mando del coronel Francisco Sahagún Baca, torturador y miembro de la Brigada Blanca, cuerpo persecutor de la disidencia política. Se envió la filiación del ladrón a todas las policías del país. Un perfil de viso psicológico elaborado por la DFS del Feyo lo describe:
“Es temerario. Amedrenta fácilmente y confía en lograrlo. Nunca demuestra miedo. En los asaltos, en ocasiones, no saca su arma. Permanece mucho tiempo en las oficinas asaltadas, que generalmente regresa a asaltar. Es vanidoso y ególatra. Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por las autoridades. Es vengativo y galán. Impacta al personal femenino. Es criminal y sanguinario. Mata por placer. En infinidad de enfrentamientos con las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que maten a sus compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico. Cuando se le provoca o se le entorpece mata, destruye”.
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